A pesar de todo lo que estamos sufriendo con este gobierno de mentirosos y fraudulentos,  este 2022 se ha convertido en un año especial gracias, sobre todo, a la sana e insaciable virtud por ganar las más valoradas copas, que siempre muestran el equipo de fútbol más laureado de la historia y el tenista al que debo llamar –con permiso del Buitre, por supuesto– el Ser Superior de la Tierra Batida.  Como madridista y nadalista, ¿qué más puedo y debo pedir? Pues, simplemente, las 15… y Rafa, ya lo ha dicho, lo intentará. 

Para los aficionados de Nadal este ha sido el torneo de las incertidumbres, provocadas estas por sus problemas físicos que sufrimos en los dos únicos torneos en los mallorquín se había probado sobre la arcilla: el Mutua Madrid Open y el Internazionali de Roma. Como todos sabemos, en casa, perdió con la estrella emergente del tenis español, Carlitos Alcaraz, y en Roma, aún en peor estado físico, ante Shapovalov. Tan mal lo vimos al terminar el enfrentamiento  de tercera ronda ante el canadiense  que lo primero que se nos pasó por la cabeza fue que renunciaría al Garros.

Pero Rafael Nadal, como el Real Madrid, siempre nos deja abiertas las puertas de la esperanza, y así ocurrió cuando le vimos de paseo militar, en París, tras aplastar, sin compasión, a Thompson, a  Moutet y a Van De Zandschulp.  Los verdaderos “test de fuerza” comenzaron en los octavos ante el canadiense entrenado por  el tío Toni: Felix Auger-Aliassime. Fue un partido épico, resuelto en cinco sets, donde Rafa mostró que, a pesar de que sus problemas físicos siguen ahí, ha encontrado una solución –que, desgraciadamente, parece  temporal– que le permite seguir en la pelea por conquistar, definitivamente, el reinado de los Grand Slams.

Luego vendría ese notabilísimo partido ante el serbio que, acertadamente, ha decidido no inocularse.  No recuerdo haber visto un Nadal tan brillante, tan efectivo, tan firme y confiado en sus virtudes como en esa victoria en cuatro sets ante Djokovic. Parece que no he sido el único que se ha llevado esa impresión pues luego he visto que McEnroe y otros más se han manifestado en el mismo sentido.

Y el guión decidió que tocaba tragedia antes de levantar la Copa de los Mosqueteros.  Si alguien me explica cómo Nadal  pudo ganar el primer set ante Sasha Zverev, sin recurrir a nada relacionado con la abundancia de testosterona en el cuerpo del español, le estaré eternamente agradecido. Levantó el primer set –el único que pudo cerrarse– en un tie break en el que salvó cuatro bolas de set consecutivas. El alemán estaba jugando a un nivel altísimo y, además, el partido se disputó con la pista cerrada lo que no favorecía demasiado a Rafa. Aún así estaba por delante y con otro desempate a la vista cuando llegó la dolorosa lesión de Zverev.  Servidor, sinceramente, lo interpretó como la divina señal de que el Decimocuarto Roland Garros venía de camino.

Por ello fue que el partido final contra el casi colega noruego, Casper Ruud, fue como una liberación; una justa compensación por los tres durísimos partidos anteriores y el set final, con rosco incluido, fue una muestra más de que el joven y prometedor compatriota de Amundsen ya estaba moralmente derrotado luego que Rafa le remontara una ventaja de 3-1 en al segundo parcial.

La celebración de Nadal, comedida, casi tranquila me hace pensar que ya estaba pensando en lo que tendría que hacer para hacerse con el décimo quinto título parisino. Y lo dejó bien claro en su discurso de campeonísimo.

¡Hala Rafael Nadal!

P.D. Y creo que también debo mencionar lo único que me desagradó de todo lo que vi en la majestuosa Phillipe-Chatrier: ver en un palco VIP al paleto-marioneta que ni siquiera sabe usar correctamente una raqueta: Miquel Iceta.