Ante todo, los buenos madridistas, nos preocupamos por la salud de José Luis,  de modo que suponemos que un par de cucharadas de ese excelente, aunque un poco amargo acibar, antes de intentar dormir, anoche, seguramente le habrán permitido digerir con más comodidad el batacazo sufrido en el estadio de don Alfredo. En mi modesta opinión el bueno de Mendi lo que debe hacer es ver el vaso medio lleno: los goles podrían haber sido muchos más y la eficaz contribución arbitral para evitarle una dolorosa paliza –no sé si en honor, también, por los colores, del  uniforme de sus chicos– es de agradecer; por otra parte, la fuerte tormenta de la segunda mitad, que estuvo a punto de conseguir que Lucas Vázquez se la colara al buenísimo de Courtois y, con ello, llegara el empate, y que servidor no descarta que fuera  patrocinada por Guillermito Puertas –el mismo que quiere tapar el sol en Suecia– le debería dejar, meridianamente claro que, con Puertas y Lapuertas antimadridistas  por todas partes, aumentan las posibilidades de que pueda ganarnos la próxima temporada. Así que, ánimo José Luis, que el año próximo, como el Floripondio nada hará para evitarlo,  llegará la ya-no-sé-qué-ola de la plandemia arbitral, la AntiMad-22.

Para el madridismo, sin embargo, la jornada de ayer, arbitraje y tormenta incluidos, fue esperanzadora cara al próximo enfrentamiento ante el Liverpool.  Zidane y Bettoni, al fin, han captado que Marcelino como único nos puede ser útil es haciendo de añejado Vinicius y, además, con el veloz y aplicado Mendy a sus espaldas. Me pareció correcto que lo mantuviera hasta que arreció lluvia y sacara, a mojarse –en todos los sentidos– al Vini, al prometedor Arribas y al Rodry, o sea, a los más jóvenes, y a Kroos por Modric (veterano por veterano) para poder garantizar los niveles de afinación de la orquesta. Esa primera tanda de reemplazos, todas antes del clásico minuto setenta, indica que lo que está en la cabeza de todos, lo prioritario, es llegar en la mejor forma posible al decisivo partido del martes ante los compatriotas de Lennon y Macca.

Y, si de eso se trataba –y dudas no tengo- el que nos regaló  las más altas notas fue Marco Asensio. El mallorquín mereció llevarse cuatro goles en la buchaca: dos de ellos fueron bloqueados por un traidor palo;  otro, secuestrado para siempre por el tenebroso Var, fue un precioso taconazo ante un envío de Modric que pasó, sibilinamente, entre las abiertas piernas de Dmitrovic. ¡Fuera de juego, un pimiento! El gol suyo, el único que irá a los records, el que abrió la cuenta y que fue producto de una eficaz intercepción de Casemiro, debían ponérselo, 975 veces al día, a mi querido Vini a ver si, por fin, aprende a definir ante la portería rival. 

El segundo gol blanco, el que cerró el marcador, no podía ser de otro  que de Benzema. Lo mejor fue que el colaborador imprescindible, el generador que activó la cabeza del francés, fue el Vini. En ese aspecto del juego, creo, está mejorando y, por ello, me gustaría que no lo vendieran o lo cedieran. Servidor no ha perdido, del todo, la confianza en el joven brasileiro.

Y una cosa más: no sé si fue porque los chicos del Mendi no tomaron acibar antes del partido o porque los nuestros estuvieron muy bien,  pero le doy una muy buena nota al debutante trío de centrales Nacho-Militao-Mendy porque, como dije antes, el único momento de peligro real para nuestra portería lo creamos, también, nosotros.

¡Hala Madrid!