Todavía recuerdo la primera vez que vi a Kroos desde las gradas del Bernabéu. No dejaba de asombrarme la precisión de los pases largos que fabricaba una y otra vez y la capacidad de ver, con telescópica claridad, a sus compañeros más lejanos y emboscados entre las filas enemigas. Ya han pasado siete años desde su debut con el Madrid y, a pesar de que ya ha alcanzado la treintena, sigue siendo igual de efectivo y, además, ha metido en su mochila de virtudes un trabajado talento especial, supongo que consecuencia de la experiencia, para la pausa y la meditación y que encaja a la perfección con la velocidad de vértigo de sus compañeros más jóvenes como  Rocket Vini o Rodrygo. No sé por qué le dieron a Modric –otro grande, sin dudas– el premio al mejor jugador del partido porque, ayer, el croata tuvo dos fallos notables que, si el Inter no hubiese estado tan fallón, nos podrían haber costado caros. 

Dicen que Inzaghi, antes del partido, no sé si por bondad o chulería, había advertido a su querido Carlo sobre la buena forma física en la que llegaban sus chicos. No fue falsa la afirmación de Simone porque, tras una relampagueante oportunidad viniciana, en el minuto uno–que debió terminar en un saque de esquina que, ladinamente, nos tangó Brych–, el Inter tomó, con una presión arriba intensa, el control del partido.  No pude llevar la cuenta de las veces que Brozovic, Perisic, Lautaro o Dzeko dispararon a la portería defendida por Courtois, pero sin que nuestro mago tuviese que hacer ningún "numerito" extraordinario…, excepto un palo de Perisic. ¿Y qué ocurría mientras los bien entrenados soldados de Simone nos encerraban en nuestro campo? Pues que en el minuto diecisiete el francotirador teutón, desde fuera del área y con la colaboración previa de Casemiro y Rodrygo, ajustó la mirilla y se la coló al gigante Handanovic por el palo lejano. El gol, en medio de una sensación de agobio madridista, nos dejó claro a todos que este partido no se nos escaparía y que terminaríamos, como así fue, como líderes indiscutibles del grupo.

Más tarde, en esa misma primera mitad, llegaron, siempre de contragolpe, otras dos claras oportunidades en los todavía no curtidos pies de Rodrygo. Una de ellas, un palo, sirvió para compensar, con justicia, el previo de los milaneses. Fue un buen partido, tanto del brasileño como de Jovi,c en el que –así es la vida– no tuvieron la recompensa de ver sus nombres reflejados en el marcador.

La segunda parte fue radicalmente diferente, a los italianos se les agotaron las fuerzas y, aunque lo intentaron con los cambios, un Madrid liderado por Kroos y Modric tomó la iniciativa, aunque hubo una clara oportunidad de Barella, como consecuencia de uno de los fallos antes comentados del doctor Lukita. La situación mejoró aún más cuando un enfadado Barella –quizás molesto por lo que había fallado– agredió a Militao tras una legal disputa de balón entre ambos. Militao, que no se arrugó, fue “condecorado” por Brych con una amarilla y, como no podía ser de otra forma, el agresor se fue con una roja condena que le hará perderse, creo, un par de partidos. Así que, contra diez, ya podíamos dar por seguros los tres puntos.

Carletto, luego de aprovisionarse de gomas masticables y cambiar impresiones con su hijo, decidió que comenzaba la hora de los cambios y, primero, protegió al marcado Casemiro sustituyéndolo por Camavinga (nada notable ayer, pero en él confío) y, luego, dio paso a Asensio, Mariano y Valverde por Rodrygo –que poco antes había fallado otra clara oportunidad de marcar–, Jovic y Kroos.  Fue el mallorquín, quien en modo Kroos, nos regaló el segundo y definitivo gol (minuto setenta y nueve). Tras ello, desapareció la resistencia milanesa, y no llegó otro más porque Mariano el Bueno (nunca olvidemos al Malo, que se ha reencarnado en el Castrado) no fue capaz de gestionar el regalo navideño que le hizo su compañero Carvajal.  Por su parte, Byrch, en su último día arbitral y para dejar  una última huella de su autoridad, nos despojó del descuento.

Veremos quiénes nos caen en el sorteo del lunes. Confiemos en la fortuna del hombre de los chiclets milagrosos.