Ver la Puerta de Sol llena de banderas cubanas y pancartas en contra del dictatorial régimen castrocomunista –perdonad la redundancia– fue estimulante; ver al madrileño oso del madroño envuelto en una bandera cubana fue emocionante; ver a los numerosos asistentes a la convocatoria –una gran parte, como no podía ser de otra manera, de VOX– gritar “¡Viva Cuba Libre!” fue para mí, como cubano, una limpia y sana inyección  –no como las que nos imponen desde la “plandemia” globalista– de civismo y solidaridad. Pero, lo siento, yo quiero más, así que voy a ser crítico, desde el más combativo compromiso, con lo que viví ayer.

No puedo entender que, una vez más, no se aseguraran los equipos de sonido necesarios para poder escuchar a todos aquellos que tomaron la palabra. A menos de menos de 20 metros del estrado estaba el que esto escribe  y no entendí nada de lo que dijeron. Absolutamente nada. ¿Qué pasa, que es mejor, para enterarse, quedarse en casa, arropadito y calentito, y verlo por el Toro TV, que es lo que he tenido que hacer después? No se trata sólo de la difusión por las redes sociales o los pocos medios no vendidos que le darán justa relevancia a lo ocurrido ayer en Madrid; se trata de llenar de justos y ardientes deseos de reconquista de la libertad  a todos los asistentes; se trata de trasmitirles un mensaje de fuerza que conduzca a una acción coordinada para conseguir, más temprano que tarde, que los cubanos que más están sufriendo, los que siguen en la isla que una vez fue la Perla del Caribe y es hoy un miserable estercolero rojo, vuelvan a recuperar los niveles que los que tienen menos de sesenta años nunca han disfrutado. Por eso me pareció tan justo el cartel que portaba un curtido veterano y que decía: “Cuba: ¿62 años después y no sabes lo que es? Mierda”.  Por favor, vamos a prepararnos mejor para la próxima.

Uno de los problemas que siempre ha existido entre la numerosa diáspora cubana es la falta de una unión leal y de un efectivo liderazgo.  Esa es, por tanto, en mi opinión, la prioridad número uno.  La segunda, y no menos importante, es la de ir preparando una transición organizada y con un equipo de personas profesionalmente bien formadas para garantizar su éxito. Aquí, y siempre que por medio tengamos a los esbirros del aparato represor cubano, habrá que tener en cuenta que intentarán meternos, de tapadillo, todos los Guiadós y Leopoldo López  que puedan.  

Paralelamente a ello –y ya se está haciendo, en España, gracias a VOX- hay que exigir, con todos los recursos a nuestro alcance,  la radical condena por parte de las naciones supuestamente democráticas de la dictadura cubana, cosa que, a pesar de las contundentes pruebas contra ese régimen criminal ,nunca se ha conseguido de una forma efectiva. Ya sabemos todos que tipos miserables y sin escrúpulos como Pedro Sánchez o Borrell –por citar sólo a dos parásitos patrios– nunca lo harán, a menos que en ello les vayan sus prebendas políticas. La presión, por tanto, debe ser constante e implacable, sobre todo, en dos sitios decisivos: el Parlamento Europeo y el Senado norteamericano. Y, junto con la condena, la exigencia de la liberación de todos los presos políticos. 

Y nada de lo anteriormente apuntado se hace porque no hay una real voluntad de ayudar a liberar a Cuba del yugo comunista, puesto que, nunca como hoy, el castrismo ha estado tan débil y vulnerable. ¿O es que alguien puede sostener que un cubano que no esté chupando del  bote rojo puede respaldar a esa marioneta apellidada Díaz-Canel?

Compatriotas cubanos y españoles, es hora de unirnos y actuar: ¡hay que liquidarlos, ya!