Ya me había advertido mi gurú futbolero que con Marcelo de titular hacía mucho tiempo que no dábamos una. Servidor, incrédulo y desconfiado como siempre, le respondió: “¡Qué es el Elche, ni que fuera un top!” Y el gurú, que como yo tiene los oídos tupidos a base de tanta mentira política, replicó: “No metas al Echeminga en esto, siempre estás mezclándolo todo”. Y entonces me partí  de la risa porque comprendí que, oralmente, no había colocado la coma correctamente y que mi pronunciación distaba mucho de ser perfecta.

Vamos, lo mismo que ocurre con mi Real Madrid: no es perfecto…, aunque nosotros, sus fieles y exigentes seguidores, apostemos siempre por la excelencia. Marcelo, como es habitual, concedió al rival un par de oportunidades claras que, por suerte, quedaron en nada y tuvo, además, la oportunidad de abrir el marcador pero, por unos centímetros, su genial golpeo, en el aire –tras pase de Casemiro–, quedó bloqueado por el maldito palo. Y esa fue la historia resumida de la primera mitad: un Madrid dominante y creativo, con poca suerte o puntería de cara al gol y con la dificultad añadida de tener enfrente a un portero muy bueno, porque oportunidades claras tuvimos desde el mismísimo inicio del encuentro; oportunidades que no se materializaron hasta que Modric puso en juego, con decisión, su privilegiada cabeza luego de que Badía rechazara un durísimo disparo de Marco Asensio desde fuera del área. Así que tras el cero-uno que nos condujo a un tranquilo descanso no podía ni imaginar siquiera que no celebraríamos –es un decir– la llegada del 2021 con otros tres puntos más en nuestra cuenta liguera. 

Pero la historia, como ocurre con frecuencia en este Real Zidanesco, cambio radicalmente. Creo que los principales culpables, de inicio, fueron los nuestros que bajaron el pie del acelerador  y creyeron que ya el partido estaba resuelto. El otro elemento clave fue el señor Figueroa, el árbitro, que comenzó  a sacar, poco a poco, la patita del tiesto tarjeteando sin piedad a los jugadores del Madrid y, luego, regalando al Elche el penalti del empate que cargó sobre las inquietas manos, sedientas de camisetas enemigas, de Dani Carvajal.  Figueroa, curiosamente, no actuó con el mismo criterio en una jugada similar contra Benzema; también, poco tiempo antes, había  pitado un penalti a favor del Madrid confundiendo un muslo con un brazo; tampoco vio, más tarde, un golpeo claro de balón de Casemiro que le hubiese evitado la injusta amarilla. ¿Qué pasa, que con el pretexto de la COVID, no le están haciendo pruebas médicas de agudeza visual a las huestes  de Velasco Carballo? Y, el último factor, el de siempre: el dúo Zinadine-Bettoni, que retrasó los cambios a límites inadmisibles dado el sesgo que estaba tomando el partido y, luego, haciendo los más inefectivos cambios posibles: ¿Por qué sacar del campo a Kroos cuando el alemán era el arma más efectiva para colocar balones largos con los que abrir la defensa del rival? ¿Por qué no se fue Casemiro, al que se le notaba lento, cansado? ¿Era el momento para dar minutos a Hazard, que nada aportó, cuando estaban en juego dos importantísimos puntos? ¿Vinicius era el recambio más efectivo para Asensio dado que ya la banda izquierda estaba monopolizada por el belga? ¿No era más lógico colocar a un rematador como Mariano dado que lo que quedaba para levantar el partido eran, literalmente, unos pocos minutos?

En medio del cabreo que me provocó este inadmisible empate y dado que estamos en Navidad –aunque sea una Navidad anormal–, quise pensar que el bueno y generoso Zizou lo que deseaba era compensar a nuestros coterráneos choleros por la dura derrota del último enfrentamiento y regalarle dos puntitos en clara señal de paz y amor. ¡Coño, si es que es un ángel! Lo que no entiendo es por qué no se vuelve a ir al cielo.