Ya hace mucho tiempo se me acabaron los adjetivos para calificar a quién no sólo es el más grande deportista de la historia de España sino un ciudadano ejemplar, un patriota, un hombre que ama al país que le vio nacer y del que todos los españoles de bien estamos orgullosísimos.

¡20 Grand Slams! ¡13 Roland Garros!  Igualado Federer, creo que es razonable esperar que, en 2021, Rafa deje, definitivamente, por detrás al elegante suizo y que no permita que el soberbio  serbio se le acerque ni para quejarse  de que las razones por las que haya recibido una paliza como la de esta tarde sean, únicamente, porque ÉL no tuvo un buen día.

¿Qué no tuviste un buen día, Novak? No, no, no, estuviste mejor que en el resto del torneo, lo que ocurrió es que no se te pasaba por esa cabeza tan orgullosamente amueblada que volverías a tener enfrente a un Rafael Nadal excepcional, a un gigante que, en tierra batida, está fuera del alcance de tu honda. Y también porque, como a muchos, te llenó el cerebro de esperanzas la contundente derrota del mallorquín, en Roma, ante el Peque Schwartzman y, desde entonces, te fumaste, feliz, toda la “maría” tenística que te suministraron tus entrenadores. Muchas veces he sentido pena cuando Nadal ha derrotado a Federer; cuando te pasa por encima a ti, Nole, mi alegría se eleva a la enésima potencia, porque con esa chulería que tantas veces muestras te lo has ganado de sobra.

No sólo por las mascarillas y la falta de público era especial este torneo sino también por las fechas, que todos pensábamos que provocarían que el estado de las pistas no fuera el más favorable para el juego de Nadal…, a lo que luego se añadió el tamaño de las pelotas. Vamos, que casi como ha ocurrido con la COVID no sabíamos por donde terminaría la cosa. Si a todo ello le sumamos lo poco rodado que venía Rafa y la mala impresión que nos dejó su fracaso en Roma, por primera vez nuestro nivel de confianza en la victoria final no estaba al 100%.

Los cuatro primeros partidos (Gerasimov, McDonald, Travaglia y Korda) fueron tan fáciles que Nadal no sintió la necesidad de utilizar sus armas más letales. El primer salto de nivel lo provocó el –para mí- desconocido Sinner: un primer set disputadísimo que Rafa sacó adelante con talento y cabeza para, después, ponerse a una altura a la no podía llegar el italiano. Y entonces llegaron las semis,  la hora de la venganza y del primer gran test:  el Peque Schwartzman, crecido tras eliminar a Thiem, tenía que pagar por lo de Roma y nosotros teníamos que comprobar hasta qué punto Rafa había asimilado el mal trago argentino para esputarlo con eficacia..., el nivel de juego del Rey de la Tierra Batida subió y el Peque, aunque peleón como siempre, terminó superado en tres sets, muy disputados, a pesar de lo aparentemente abiertos de los dos primeros. Ya supimos entonces que Rafa había vuelto y que el único obstáculo para el RG-13 era Nole.

Mi preocupación principal, y la de todos los amigos que seguimos a Rafa, era que el serbio es el único jugador que hemos visto, en ocasiones, hacer daño a la virtud más notable de Nadal y la que hará de él –con datos incontestables- el jugador más grande de la historia del tenis: su privilegiada cabeza. ¿Podría, en su terreno, pararle los pies a Djokovic que, por otra parte, ya había demostrado vulnerabilidades claras ante Carreño y Tsitsipas? Ahí estaba la única y última duda.

Ah, pero, ¿quién nos iba a decir que con la Chartrier cerrada a cal y canto y el tan mencionado nuevo diseño de las pelotas, un Nadal supremo, impecable,  preciso, valiente y astuto le iba a meter al que ya se veía a acariciando la Copa de los Mosqueteros un humillante y contundente rosco? Ni en nuestros mejores sueños pudimos imaginar un comienzo como ese, ni tampoco una continuación como la del siguiente set: un contundente 6-2. Si al principio las dejadas de Djokovic tuvieron un efecto positivo, luego, Nadal, cada vez mejor de piernas las anuló en un porciento muy alto; en los intercambios largos, desde el fondo de la pista, el mallorquín, orgullo de España, estuvo a un nivel estratosférico y, prácticamente, no sólo no fallaba nada sino que llegaba a casi todo.  Ante otro rival Nole se habría desquiciado por completo, pero él sabe muy bien que ante un genio como Rafa sólo manteniendo la calma y esperando un bajón podía soñar con la victoria… y ese momento –parece que así lo creyó él- llegó en el tercer set cuanto le rompió un disputado juego a Nadal y creyó que ya tenía en sus manos el control de la remontada…, pero de eso nada, Nolada; Rafa le recuperó la rotura y sacó para ganar, cómodamente, ante un Djokovic, que, quizás sin saberlo, había sacado la bandera blanca. Ese último ace, el del título, y ver a Nadal, sonriente, de rodillas, celebrando la victoria fue, para mí, un magnífico regalo, en un día muy especial y que jamás olvidaré.

Gracias, Rafa.

P.D.: Ah, y se me olvidaba entre tantas emociones: campeón sin perder un solo set. żSe puede pedir más?