Sin el zinediano corsé que muchas veces significa la BBC, los Angelitos Negros, los buenos,  los que no están malcriados ni consentidos, salieron otra vez como fieras divinas a liquidar un partido que, al final, duró realmente once minutos, los mismos que demoraron en hacer el segundo gol, que llegó tras un celestial pase del reaparecido Fabio y que James remató a gusto, sin el menor acto de contrición granadina. Luego cayeron dos más, uno de ellos un moratazo, y se fallaron, quizás, siete, más que cantados, porque tal vez el Señor –y ya saben que no me refiero a Forbestino I de ACS a IPIC- no quiso que el camino del Granada hacia el infierno de segunda fuera aún más humillante.

Los ángeles de segunda fila de Zinedán no acusaron en lo más mínimo la presión de la victoria previa de los diablos de primera fila de Luis Enrique y soltaron ya el primer guantazo antes de llegar al minuto tres, como si quisieran dejar bien claro que con ellos sobre el campo las cosas van a más de 180 km/h y que no necesitan de Angel Drivers, pues se defecan soberanamente en esos recaudatorios controles. No tiene sentido hablar del partido luego de esos dos tempraneros goles; ahí se acabó todo, y los madridistas bajaron las revoluciones y se limitaron a aprovechar las contras -y los huecos que les dejaban los atribulados granadinos- para llevar el marcador a cuatro al final de la primera mitad.

Así que como el partido no tenía chicha y los del Granada parecía que no tenían picha –futbolera, señores mal pensados… ¡perdóname Santa Cristina de la LGTBI!-, Zidane decidió, en contra de sus tan bien vendidas costumbres,  comenzar los cambios antes del minuto sesenta, y primero fue -¡oh, sorpresa!- el de Benzema por Marco Ángel Asensio. Acepto la teoría de que hay que mantener activos a los titulares, pero ¿cómo encaja eso con que el francés casi provoca la muerte por desfallecimiento de Fabio Ángel Coentrao y con que no diera diez minutos de “mantenimiento activo” a Marcelo? No sé qué le habrá dicho, tras el pitido final,  Fabio –que hizo un buen partido- a su entrenador, y quizás nada le dijo, pero no quiero ni siquiera pensar en lo que habría querido soltarle. El otro caso más lamentable aún de la gestión de banquillo del galo –que rima con malo- es el maltrato - inexplicable en alguien a quien todos, incluido el que esto escribe, tienen por una persona de trato exquisito-, que casi bordea el bullying, a Mariano Ángel Díaz: lo tuvo calentando cerca de treinta minutos y sólo le dio los últimos catorce, los de la rebasura, con un Madrid que terminaba totalmente desarbolado tácticamente, con tres delanteros centros, y regalando al Granada unas oportunidades de gol que nunca tuvo antes y que, por supuesto, también desperdició. ¿Por qué no lo puso en el campo en el momento en que enchufó a Benzema y dejó para su compatriota esos quince últimos minutos para la sacrosanta activación? No me queda más remedio, conociendo de la calidad de este buen Mariano, que pensar en cosas extra deportivas. ¿En el poco peso en marketing de la humilde República Dominicana? ¿En que allí no hay oportunidad para grandes concesiones de proyectos a pujantes empresas constructoras españolas? No quiero, ni por un momento, admitir que por ahí vayan los tiros, pero, oigan, a Mariano el Bueno le están disparando y no es precisamente con balas de fogueo. 

Y termino en positivo: hemos dado un paso más hacia el redentor doblete que, para algunos, entre los que no me cuento, servirá, entre otras cosas, para pedir a Francisco, que no es madridista, la canonización de Zinedine y Florentino, no exactamente en ese orden, por supuesto.