Ayer, en Cuba, 17 de diciembre, era un día muy especial pues era el día de San Lázaro / Babalú Ayé (fruto de ese sincretismo religioso que practican tantos cubanos). No creo que haya sido casualidad la elección de este día para que Obama y Raúl Castro anunciaran el próximo restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre los dos países. Y tengo claro, también, que la elección del día y el momento no ha venido del presidente de los Estados Unidos porque, además, y muy marcadamente, ambos mandatarios han aireado la sacrosanta intervención del Papa Francisco como notable y decisivo mediador. 

Curiosamente esto ocurre cuando Venezuela, el principal suministrador de recursos a Cuba –y que sustituyó en esa labor a la felizmente extinta Unión Soviética- entra en una crisis de la que difícilmente podrá salir, pues es el destino habitual de la mala gestión y la corrupción total de los regímenes comunistas. Y es en este momento, muy difícil para mantener la ya larga vida del castrismo, cuando aparece el idiota de Obama, en plan Séptimo de Caballería malo, a inyectarles dinero en vena para salvarles la vida. 

En el hipócrita y falso mundo de la política exterior de Occidente, ya salieron inútiles como Margallo o cómplices vasallos como Maduro a aplaudir, a felicitarse y – algunos- a atribuirse parte del mérito de la rendición incondicional de los Estados Unidos ante el castrismo. En Cuba, sin embargo, los Castro, que cuidan todos los detalles y saben lo que esto representa para la supervivencia del régimen –que es de lo que se trata y por lo que se felicitan Maduro, Kirchner, Evo Morales o Pablemos-, han montado la representación de siempre de cara a los cubanos de adentro. Es por eso que ayer Raúl Castro volvió a disfrazarse de general, tomó papel para leer (porque ya sabemos que este no sabe improvisar como el hermano momificado) y dejó claras dos cosas que no debían engañar, al menos, a ningún cubano: la primera, que esto era una vieja idea de Fidel, con lo cual el acto queda bendecido para los más antiamericanos que puedan existir dentro del aparato del poder; la segunda, que Cuba- lo que quiere decir, por supuesto, los Castro- no renunciará a ningún principio por conseguir el restablecimiento de relaciones. ¿Y qué significa esto de los principios? Que, básicamente, la cosa cambiará muy poco para los cubanos y que, lo más importante, la democracia tardará aún mucho más tiempo para restablecerse en Cuba. Los Castro han conseguido lo que siempre han buscado: más tiempo para seguir disfrutando del poder. Ahora ya no tendrán el pretexto del “bloqueo” para justificar la miseria, pero dirán – ya lo estoy viendo- que se necesitarán muchos años de trabajo duro y limitaciones para reparar los daños que ha causado el bendito –para ellos- bloqueo. Los gobiernos norteamericanos, en su mayoría, han sido increíblemente estúpidos en su política respecto a Cuba -este de Obama, el primero-, pero los malos  de esta trágica e interminable película son los Castro. Y eso ya lo saben, hace mucho tiempo, todos los cubanos decentes, los de dentro y los de afuera. 

Hay otra cosa que me ha llamado mucho la atención –y es por eso que lo he llamado rendición- en esta bajada de pantalones de Obama, y es que Estados Unidos no ha pedido nada a cambio de la supresión del embargo y todo lo que ello conlleva. Y pienso que hay aquí algo oculto que ninguna de las dos partes quiere asumir. Especulando, y viendo que otro de los que ha aplaudido a rabiar es el presidente de Colombia, pienso que Cuba habrá vendido bien su intervención en el proceso de pacificación con las FARC y que quizás haya prometido algo más en términos de apoyo a movimientos de este tipo. Lo raro es que un gobierno norteamericano se fíe de los Castro, pero parece que lo han hecho porque han anunciado que Cuba queda fuera de la lista de los países que apoyan al terrorismo. ¿Es el gobierno norteamericano ingenuo o rematadamente tonto? Pues que cada uno saque sus conclusiones, pero a mi me parece que es una mezcla de ambas cosas y que Obama, en el fondo, envidia sanamente el poder absoluto de que goza el régimen castrista. En Cuba sólo se temió, realmente, a un solo presidente norteamericano (Ronald Reagan), y por eso, en esos años, estuvieron inusualmente tranquilos.   

Y no es que haya estado nunca a favor del embargo – que nunca lo he estado porque creo, entre otras cosas, que el embargo es una farsa de cara a los ciudadanos de ambos países, una jugada política de la que ambas partes creían sacar suficiente tajada-, sino por la forma en que se ha hecho, regalando la victoria a la Cuba de los Castro, además de una impagable cobertura de propaganda política, a la que tardó poco tiempo en sumarse otro florero, el bueno de Ban Ki-moon. El embargo debió ser derogado, unilateralmente, por los Estados Unidos hace mucho tiempo dejando a los Castro sin el todopoderoso argumento que alivia y justifica más de medio siglo de fracasos. Y en eso fallaron todos los gobiernos norteamericanos. 

Pero así están las cosas en el Occidente buenista de hoy: felicitaciones y congratulaciones y ni un minuto de tiempo para pensar en lo jodidos que están los cubanos, los que pagan siempre estos fiestorros políticos. Lo de siempre en estos duros tiempos que corren, así que no me extrañaría, tal como se ha expandido la idiocia en el mundo, que lo que empezó en Washington y La Habana termine en Estocolmo con la concesión del segundo Premio Nobel para Obama y el primero para Raúl Castro. 

P.D. Y por último, un recadito al Papa Bergoglio: dedique su tiempo también, Santidad, a intentar sacar de las durísimas cárceles castristas a cubanos que están ahí por defender sus derechos a expresar libremente su opinión. Investigue y exija que se aclare el caso Payá, cristiano de pro y, lo que es más importante, medie con los gobiernos islamistas para garantizar la vida y los más elementales derechos de millones de cristianos que son humillados día a día en estos países. Mientras no lo vea hacer eso, Santidad, no tendrá el menor respeto de este humilde servidor.