Existe una falacia argumentativa que utiliza la izquierda, y la pseudoizquierda también, según la cual los votos que respaldan a una opción política obligan a aceptarla como interlocutor válido. Con esta cantinela, se justificó la rendición al mundo etarra –que no otra cosa es lo que ha ocurrido en España–, diciendo que no sé cuantos miles de votantes les respaldan y que a ver qué se puede hacer con ellos sino aceptar que se sienten en parlamentos y ayuntamientos para poder canalizarlos. Esta falacia, naturalmente, sólo es aplicable si el sapo que se traga tiene aroma siniestro. Dado que el fondo ideológico de la ETA y su entorno es marxista-leninista, las tragaderas para aceptar que los asesinos y sus cofrades compartan normalidad democrática en las instituciones son amplias, tanto como para incluso  felicitarse, en vomitivo ejercicio de hipocresía llevada al extremo, porque, por fin, las malas ovejas descarriadas, las de las pistolas, han vuelto al redil para compartir nuestro mundo político civilizado.

Frente a esta manga ancha, todos a una muestran su estrechez máxima a la hora de tocar, por ejemplo, cualquier aspecto que tenga que ver con el franquismo. Sobre este tema, ya se sabe, uno tiene que estar con la corriente de esa memoria histérica que no es sino olvido selectivo, porque, de otra manera, queda automáticamente catalogado de fascista. Por eso, todos, los de la ex-derecha los primeros, andan en una carrera frenética por ponerse el primero a la hora de demostrar lo antifranquistas que son, como si semejante fantochada, que, por cierto, sale gratis, fuera sinónimo de garantía democrática. De esta manera, todos se suman a codazos a cualquier homenaje que se haga al carnicero de Paracuellos conocido con el nombre de Carrillo, pero tienen prohibido siquiera mencionar que el Frente Popular se había llevado por delante a once falangistas antes que estos se llevaran por delante al primer rojo. Son estas cosas de nuestra España del siglo XXI. 

Establecidas estas reglas del juego, según las cuales todos las atrocidades del comunismo y derivados son comprensibles o interpretables a cuenta de los contextos en que se producen y de la supuesta superioridad moral que la bondad de sus objetivos sociales les confiere, mientras que las del fascismo y derivados son inaceptables por principio, ahora, con el escándalo de Venezuela de fondo, se está produciendo una curiosa situación contradictoria en la que ciertos inanes políticos están cayendo. A la vez que empiezan a entonar un discurso crítico contra el sátrapa del autobús y los pajaritos susurrantes –crítico con la boca pequeña, no se vayan a creer–, parecen dispuestos a sentarse en las mismas mesas con los totalitarios del rebaño comunista patrio, representados por Podemos y sus lacayos de izquierda hundida, que ven las salvajadas del burro venezolano con desde relajada tranquilidad a confortable complacencia. Algún subhumano que pulula por ahí, concretamente el zumbado de nombre ridículo Willy Toledo, incluso le ha mandado un mensaje al nuevamente secuestrado Leopoldo López, tres años detenido porque sí, que dice “Ahí te pudras, asesino de mierda”. Lo cual, además de poner en su justo lugar a la escoria comunista que lo expresa, coloca de rebote en su sitio a la escoria comunista que esta escoria comunista respalda. 

En esta tesitura, no nos tendremos que extrañar si, por ejemplo, pasado mañana a un individuo como este le contesta alguien como realmente se merece. Quizás es lo que están buscando, que alguien salte y les pague con la misma moneda de violencia y odio que utilizan alegremente ellos, o sea, como en el 36, del cual parecen estar sedientos. Mientras, el silencio cómplice de tantos periodistas y cadenas de televisión, y de todo el espectro político ante los salvajes ataques y persecuciones que ha soportado el autobús de HazteOír por simplemente opinar que hay formas alternativas de entender la vida a aquellas que pretende imponer el pensamiento único y la LGTBI o como coño se llame,  ha contribuido a que se establezca un clima en el que jugar a totalitario y hacerlo de forma violenta es bien recibido y sale gratis, siempre, claro está, que el agredido tenga un perfil determinado. De igual forma, asaltar una capilla al grito de “arderéis como en el 36” parece ser bien recibido, concretamente como manifestación de libre opinión. Consecuentemente, algunos parecen haber entendido que se ha levantado la veda y se han animado a contribuir a la tensión, entre ellos esos salvajes de extrema izquierda, otra vez, que van asaltando autobuses de turistas porque no les gusta que haya turismo, anticapitalistas que son ellos, tan anticapitalistas y generosos como el Wyoming ese y su ristra de  inmuebles en espera de convertirse en centros de acogida para los güelcom refullís. 

Pero podemos estar tranquilos, porque la savia nueva que ha llegado al ruedo político ha hecho acto de presencia para poner las cosa en su sitio con enérgica contundencia. Después de que el impresentable totalitario Garzón aplaudiera los desmanes del gorila venezolano, la bestia de la oratoria y los principios sólidos y líder de C’s, que es como un balancín, ahora a la derecha, ahora a la izquierda, un tal Rivera, ha dicho que no se “sorprende que los comunistas que defendieron la Unión Soviética o los regímenes de la Europa del este pues defiendan también a Maduro, viene a ser lo mismo” (sic).  Lo que igual sí sorprende a alguno, o no, es que un hipócrita como tú se siente a compartir mesa, mantel y banquillo parlamentario con la escoria comunista que critica otorgándole esa carta de validez que, como decíamos al principio, supuestamente le dan los votos de cinco millones de españoles que Dios sabe en qué estarán pensando. Cinco millones, señores; entre ellos, médicos, profesores universitarios, abogados… Esto es, sin duda, lo que resulta ser lo más aterrador de todo.