Cierto que estamos aún lejos del mes mariano –esa cosa que los “chicos y las chicas” de nuestras aulas seguramente ni imaginen de qué se trata, como cualquiera otra que tengan el más ligero aroma a incienso–, así que, precisamente por eso, bien podemos titular la presente crónica como se puede leer arriba. Para el Real Madrid, jugar sin el lastre de ramos de flores innecesarios es una celebración de júbilo constante, o al menos eso es lo que dicen los datos.  Y esos datos objetivos, y por lo tanto no discutibles, lo que dicen es  que el Real Madrid, de los últimos 24 encuentros disputados sin el inestimable concurso de Sergio Ramos, ha ganado 21 y ha empatado 3, lo que arrojaría un balance del cero por ciento de derrotas, dato que, habrá que reconocerlo, resulta bastante atractivo. Lo que sí es más discutible, claro, es si esta estadística tiene un significado u otro, y en esto lo que cuentan son las apreciaciones subjetivas derivadas de las sensaciones que cada cual experimenta cuando por el campo no circula el mejor central del mundo.

En concreto, mis sensaciones ayer, en el partido que disputaron el Real Madrid y el Betis en Sevilla, lo que me hicieron sentir fue una paz infinita, un sosiego gratificante, una coherencia inusual y un orden desconcertante, que tal lo era de tan mal acostumbrados que estamos por la presencia del flagelo de Camas. Constituye esta una de las cuatro razones por las que, tras un pase de apisonadora madridista, el segundo tiempo de ayer se terminó convirtiendo en un partido de solteros contra casados, que es lo que ocurre cuando uno de los dos equipos es vapuleado en la primera mitad y sale con una diferencia de tres o cuatro goles en contra, indeseable situación ésta de ver cómo medio partido se queda en la basura que es casi ineludible en tales circunstancias, a menos que, por ejemplo, juegue el Español de Clemente, ese entrenador (recuérdese aquella final de la UEFA que perdieron en el año 88). Anoche, sorprendentemente si tenemos en cuenta la alineación, parecía que en la primera parte era imposible que al Madrid le hicieran no un solo gol, sino simplemente un acercamiento con algo de peligro. La línea de cuatro (a veces de tres, con Marcelo de excursión aquí y allá como es habitual, pero con un Carvajal anclado en su espacio como no suele serlo tanto), tan primorosamente colocada, cada uno concentrado en su trabajo, sin sobresaltos innecesarios y sin pasos de ballet imposibles, hizo que nos acordáramos como nunca del central que nunca debió ser renovado. 

Lo que decidió alinear ZZ (BBC más Isco, con dos medios centros en un 4-2-1-3 muy inadecuado sobre el papel en un partido a domicilio contra un equipo como el Betis), fue imprudencia insuficiente al estar compensada, además de con la ausencia anteriormente mencionada, con otros tres factores que hicieron de este partido un paseo por el parque: una primera parte descomunal de los dos medios centros –Kroos y Kovaci, sobre todo del segundo de ellos–; un gol de Varane (a medias con el propio Kroos: ¡qué toque de balón en sus centros!) recién iniciado el encuentro; y, finalmente, la inestimable ayuda del equipo sevillano, que en la primera parte, quizás por aquello de la flores marianas o vaya usted a saber por qué, parecía un grupo de ursulinas cantando salmos, que menudo espectáculo dieron los chicos de Poyet. 

Tras ese gol paralizante de Varane a los cuatro minutos, se hizo innecesario que los cuatro de arriba hicieran nada especialmente reseñable, con un Bale discreto, un Benzema para echar a los leones, un CR7 desafortunado desperdiciando ocasiones y un Isco deambulando sin rumbo fijo ni espacio definido. Nada especialmente reseñable, quiero decir, que no fuera empujar el balón en tiro a bocajarro tras buenas jugadas producto de la enorme labor de Kroos y Kovacic, que fueron los verdaderos artífices de la victoria. Así se llegó al 4-0 y al descanso, momento en el que la gente debió recibir el cincuenta por ciento del importe de su entrada, dado lo que se avecinaba en la segunda parte.

Salió el Betis como si fuera lo que no había parecido en toda la primera mitad, esto es, un equipo de fútbol, y el Madrid empezó a hacer de las suyas, en diez minutos de esos clásicamente lamentables que terminaron en el 1-4, tras jugada en la que Isco demostró por qué este equipo no debe jugar jamás con este jugador y la BBC simultáneamente. Sigan la jugada y presten atención a la maniobra defensiva del malagueño, que es un primor. Sin embargo, el espejismo sevillano se esfumó con un soberbio gol del malagueño anteriormente mencionado, gran jugador de fútbol sala este, tras el cual ZZ nos sacudió su clásica ración de surrealismo haciendo un cambio que, creo yo, estamos aún todos tratando de descifrar, poniendo a jugar a Vázquez y sacando del campo a Kovacic, seguramente como premio a su enorme partido, en terapia arcana del francés que resulta incomprensible a menos que la expliquemos diciendo que semejante esperpento de cambio tiene asegurada una buena cara en el jugador sustituido, que es un gran profesional con sentido solidario de equipo, con lo que ZZ se ahorró un mohín de esta o aquella figura. Lo que quedó sobre el césped, además de un enervante trato injusto a quien menos lo merecía, fue un galimatías táctico que, según corren los rumores, va a ser seleccionado como contenido de clase magistral para los cursos de entrenadores. Aun así, terminó un hundido Betis cediendo un set por 1-6, en lo que supone una clara demostración de la tremenda influencia que tiene el cuento ese de las desbandadas por partidos de selección, que suele utilizarse como excusa cuando el equipo tropieza y que, como se vio ayer, es una contingencia que se desactiva tan ricamente saliendo enchufado y entregándose desde el minuto cero. Sobre todo si no está Ramos, claro.