Acabo de oír al que, como Dios no lo remedie y si no espabila nuestra patria y sus atolondrados súbditos, terminará perteneciendo al gobierno de la nación, incluso como presidente. Este Pablo Iglesias, que representa lo más genuino del totalitario de todo a cien, acaba de soltar algo referido a la repugnante actitud de resistencia de ciertos ayuntamientos a poner el nombre de víctimas del terrorismo a ciertas calles. Ha dicho Iglesias que tal decisión depende de lo que los “concejoles y concejalas” de cada localidad decidan, y que su decisión debe ser respetada. 

Puedo asegurar que eso de los “concejoles” es cierto, tanto como que acabo de oírselo al interfecto podemita en la única emisora de radio que se puede escuchar sin sentir asco o vergüenza del todo, que hay que ver a este Losantos tragando al melifluo de C’s y su tibieza universal de transformista socialdemócrata-liberal, y, además, sentándose codo con codo con la totalitaria Cifuentes, la misma que propuso y aprobó esa ley que prohíbe a un homosexual que no quiera seguir siéndolo buscar asistencia psicológica para conseguirlo. Estos rojazos, rojos, rojetes, azules acomplejados y totalitarios disfrazados de azul liberal, al final, terminan aterrizando en el mismo aeropuerto, que es el de su interior totalitario más oscuro. Creen que tienen la verdad y, subidos en la cresta de su contradicción y amoralidad, están dispuestos a mentir lo que sea necesario por imponerla, y, así,  creen que han llegado a este mundo para salvarnos, de manera que no sólo se creen los más listos, sino que además están convencidos de que son abnegados mesías dispuestos a sacrificarse por los demás. Agradecimiento eterno es lo que les debemos, ¡cuánta ingratitud!

Que alguien con semejantes aspiraciones diga eso de los “concejoles y concejalas” es un drama de muchísimo mayor alcance de lo que pueda parecer, y no es cuestión de tomarse el asunto a chirigota. Porque, admitámoslo, con cinco millones de votantes –o lo que sea– detrás dispuestos a dar por bueno a semejante payaso intelectual (¿qué vamos a esperar si diez millones dieron paso a ZP por dos veces?), tener a semejante pájaro circulando por ahí como si fuera algo medianamente homologable con la inteligencia y la estabilidad mental; tener a alguien que a los concejales los transforma en algo que rima con frijoles, retorciendo el lenguaje primero como si fuera tonto y, por torpeza de mal contador de chistes, como si siguiera siéndolo pero elevado al cubo;  tener a un tipo que decide descansar su coleta en una chepa y que va en mangas de camisa cuando se viste de etiqueta; tener a un aspirante a presidente que come plátano Maduro y no se avergüenza de decirlo en voz alta…, en fin, tener a semejante mamarracho político pisando moqueta es digno de un país en descomposición no ya ética, sino directamente estética, que es aquella que asoma la cabeza cuando la vergüenza se ha evaporado definitivamente y todo está irremisiblemente perdido.

Pero, tranquilos, que gracias a Dios, mientras este bobo dice bobadas y amenaza con terminar poniendo un huevo donde se corta el bacalao, todos los demás, como un solo hombre, muestran su envergadura (hablando de plátanos…), y nos dicen que del 155 nada de nada, pobres catalanes independentistas. Diálogo, eso es lo que hace falta, mucho diálogo y no darse por enterados. Esto es como aquello que me contaron en cierta ocasión que ocurrió, hace más de veinte años, en un instituto de esos en los que actualmente se aborrega y elegetibiza adecuadamente al personal: profesora entra en el aula y se encuentra en la pizarra escrito su nombre al estilo de “Pepita es una zorra hija de la gran puta”, y, claro, tradicional y probablemente fascista que era la docente (¿o docenta?), pretende que ello tenga sus consecuencias. Sugerencia del de turno: lo mejor es hacer como que no lo has visto, y, si ya has cometido el error de darte por enterada, dialoga con el chico y hazle entender que es mejor no transgredir, así, en general. No me digan que no evoca esto lo de los independentistas, Rajoy, el resto de los partidos, la tierra cuarteada y el frijolo que los parió a todos.